Las referencias
existentes en el archivo conventual acerca de la imagen de la Virgen del Coro son ciertamente
escasas, aunque no por ello dejan de ofrecer datos sumamente importantes. Tanto el Libro de la fundación como
el Libro Cabreo coinciden
en afirmar que la talla, venerada antiguamente en el coro del convento de
Nuestra Señora de Jesús de Zaragoza, fue traída a Borja en 1603 por las madres
fundadoras como regalo del reverendo padre provincial fray Juan Carrillo.
Coro alto del convento de Santa Clara de Borja presidido por la Virgen del Coro.
En primer plano, detalle de su hermosa reja labrada en madera. (Foto: E. Lacleta)
Desde su llegada a la ciudad, siempre
recibió culto en el coro alto del convento, y desde un principio fue
objeto de especial atención y veneración de las religiosas. En el año 1625 sor Elena
Lajusticia regaló dos coronas de plata para la Virgen y el Niño que costaron 20
escudos, aunque
las actuales son obras de la segunda mitad del siglo XVIII realizadas por el
orfebre zaragozano Manuel Cardiel. Posteriormente, y de su propio peculio, las religiosas le regalaron cintillos de oro, collares de perlas y, especialmente, mantos.
Tosco dibujo de la Virgen del Coro con manto realizado por alguna monja en el libro
Peregrinación de Filotea, publicado en 1680. (Foto: A. Aguilera).
Así es, los obsequios más
abundantes a lo largo de los siglos fueron, como hemos indicado, los diversos mantos con los que era
vestida, práctica de la que también nos informa el padre Roque Alberto Faci y de la que tenemos
constancia documental desde la segunda mitad del siglo XVII, concretamente hacia 1680. También conocemos la existencia en el convento del oficio de “Camareras de Ntra Señora” que, desempeñado por dos religiosas, consistía en el cuidado de esta imagen. Desafortunadamente, todavía no han podido ser localizados estos piezas textiles en el convento, aunque la devoción de sor Tomasa
Alduy, o la de alguna otra religiosa a la que perteneció el libro Peregrinacion de Philotea al santo templo y monte de la Crvz del obispo
de Osma Juan de Palafox y Mendoza, la hizo
representar de esta manera.
En torno al año 1714 debió realizarse el
retablo-hornacina en el que actualmente se encuentra la imagen, y junto a ella fueron colocados en distintos momentos los objetos y reliquias más
preciadas por la comunidad. Asimismo, las fundaciones instituidas por las monjas en el siglo XVIII manifiestas la devoción hacia la imagen, al igual que un breve pontificio por el que, el 17 de abril de 1731, S.S. Clemente XII, concedía poder alcanzar la indulgencia plenaria en este altar.
Virgen del Coro en su camarín. (Foto: E. Lacleta).
De entre los prodigios excepcionales que refieren las crónicas, se alude a que en una ocasión el Niño Jesús le dijo a una religiosa “Yo Soy la flor del Campo” y, en 1731, cuando otra hermana estaba agonizando, se llevó hasta su celda, mejorando notablemente, pues llegó a vivir cinco años más. También se ha llamado tradicionalmente la atención sobre los cambios que experimenta la expresividad del rostro de María en función de los tiempos litúrgicos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario