MUSEO DE LA COMUNIDAD DE FRANCISCANAS CLARISAS DE BORJA. (ZARAGOZA) ESPAÑA

lunes, 25 de noviembre de 2013

DALMÁTICA

Anónimo.1763-1765
Brocado bordado en seda y galón de oro

 
Vista general de la dalmática
 
        Frente al siglo XVI, cuando la ornamentación de las piezas litúrgicas es, fundamentalmente, el bordado de imaginería, en los siglos XVII y XVIII asistimos a una proliferación de otro tipo de decoración, generalmente de tipo vegetal. Multitud de flores y tallos se disponen en ritmos curvilíneos por la totalidad del ornamento, como si treparan sobre él, ordenados de forma simétrica respecto a un hipotético eje central vertical.
 
Detalle del collarín y decoración vegetal que se repite a lo largo de la pieza

       De todas estas características resulta un buen ejemplo la dalmática que presentamos, expuesta en la sala III del Museo. Pertenece a un terno conservado íntegramente en el convento que fue adquirido entre 1763 y 1765. La dalmática es la vestidura litúrgica exterior propia del diácono. En la liturgia cristiana viene usándose en Roma desde el siglo IV, extendiéndose su uso a otros ámbitos en los siglos V y VI. Su origen, sin embargo, se encuentra en una prenda de vestir utilizada por lo romanos desde el siglo II.

     La ornamentación de esta dalmática es toda ella de tipo vegetal, apareciendo diseminada por la totalidad de su superficie. Se trata de una decoración en la que destaca su naturalismo, finura, delicadeza, carnosidad, colorido y belleza formal, fiel exponente de los valores sensoriales característicos del barroco.



 
 

domingo, 17 de noviembre de 2013

CRUZ DE ALTAR

Anónimo.1742
Madera y nácar. 47 x 20,5 cm.

Vista general de la cruz. Foto de E. Lacleta
 
        De entre los fondos permanentes de la sección de jocalias del Museo de Santa Clara sobresale por su calidad la cruz de altar que presentamos. Sobre una  amplia base de forma trapezoidal, con el característico escudo de la orden franciscana al frente, se alza majestuosa una cruz de madera chapeada con incrustaciones de nácar a la que se le añaden, a su vez, otras cinco cruces más pequeñas, conformando de esta manera la denominada Cruz de Jerusalén.
 
        La escena central se reserva para el Crucificado, un añadido de época posterior, y en el reverso figura una pequeña cruz en madera clara que, para algunos investigadores, haría alusión a los mártires crucificados en Nagasaki el 5 de febrero de 1597.
Detalle del Crucificado. (Foto E. Lacleta)

        La procedencia de este tipo de piezas es muy discutida. Para algunos historiadores su origen es claramente indo-portugués, siendo realizadas en las misiones franciscanas de las Indias durante los siglos XVII y XVIII. Otros, en cambio, las vinculan con el Próximo Oriente, debido a la relación de la orden franciscana con la custodia de los Santos Lugares.
 
Detalle de la base trapezoidal de la cruz. (Foto E. Lacleta)
 
        Sea como fuere, lo cierto es que la cruz fue regalada en 1742 al convento de San Francisco de Borja para que la colocara en el altar mayor de su iglesia. Presumiblemente, a consecuencia de los decretos desamortizadores de Mendizábal, pasó al de Santa Clara, donde se ha conservado junto a otras importantes obras procedentes de este mismo convento. 


domingo, 10 de noviembre de 2013

LIBRO DE LA FUNDACIÓN
Enc. pergamino. Fol.
1603-1736

Libro de la fundación. (Foto: E. Lacleta)
 
        El libro de la fundación del convento de Santa Clara comenzó a ser redactado en 1603, el mismo año de su fundación, por lo que resulta ser una excepcional fuente histórica a la hora de abordar cualquier tipo de estudio relacionado con el convento en sus primeros siglos de existencia. En la actualidad puede contemplarse en la sala II del Museo, junto a otros recuerdos de la época fundacional, conservándose hasta ahora en el rico archivo conventual donde se ha dejado una copia para ser consultada por los investigadores.
Detalle de la primera página del libro. (Foto: E. Lacleta)
        A grandes rasgos puede subdividirse en cinco secciones dedicadas a la crónica histórica, relación de abadesas, nóminas de tomas de hábito y profesiones y, finalmente, un obituario. No faltan, sin embargo, otros apartados donde se consignan obras o mejoras llevadas a cabo en el edificio, las concordias con los conventos de San Pedro mártir o de la Inmaculada Concepción de Borja, patentes de los ministros provinciales o la identidad de las madres que salieron a fundar otros conventos de la Provincia.
Detalle de la vitrina de la sala II donde se expone el libro de l fundación. (Foto: E. Lacleta)
 
        Sin embargo, se advierte cierta falta de diligencia de las religiosas a la hora de cumplimentar diversas partes del libro, por lo que en 1686, por mandato de la madre abadesa sor Polonia Ruiz de Madrigal, se redactó un nuevo libro por el confesor del convento, el franciscano fray José Sevillano, cuyos pliegos fueron insertados en el antiguo. Internamente sigue la misma estructura del anterior, y estuvo en uso hasta 1736, fecha en la que se comenzó a escribir un nuevo libro, en esta ocasión denominado como "cabreo" que es el que se ha venido utilizando hasta fechas recientes y que se guarda en el archivo del convento.







martes, 5 de noviembre de 2013

SANTA INÉS
Anónimo. Siglo XVIII
Óleo sobre lienzo. 50 cm. x 40 cm.

Santa Inés en el Museo de Santa Clara de Borja. (Foto: E. Lacleta)

           Catalina Favaronne, hermana de Santa Clara, nació en Asís en torno al año 1197. Entre ambas siempre existió una estrecha y fraternal relación y era frecuente que Santa Clara rogara a Dios en sus oraciones que hiciera brotar en el alma de Catalina la vocación a una vida religiosa. Tan sólo dieciséis días después de que Clara huyera de la casa paterna para consagrarse a Dios en la Porciúncula de manos de San Francisco, ésta hizo lo mismo, hecho que provocó en sus familiares importantes episodios de violencia que trataron por todos los medios de sacarla del claustro. La posición de Catalina fue inquebrantable y tras tonsurarse tomó el nombre de Inés.

            Según refiere su hagiografía, pronto comenzó a progresar en el camino de la santidad. Su penitencia y mortificación despertaron la admiración del resto de sus hermanas porque ceñía a su cintura un áspero cilicio de crin de caballo y ayunaba frecuentemente. El episodio de su vida más conocido, y especialmente importante para su iconografía, es el que refiere que encontrándose en oración, su hermana Clara contempló como se elevaban del suelo y, suspendida en el aire, era coronada por un ángel con tres coronas.

            El lienzo expuesto en el Museo sigue con fidelidad lo dicho. La santa aparece suspendida en el aire, en pleno arrobamiento místico, vestida con el hábito propio de las clarisas urbanistas pero calzando sandalias. Dirige su mirada hacia el ángulo superior izquierdo del espectador, donde aparecen las tres coronas en un rompimiento de gloria. Su mano derecha se sitúa hacia el pecho y la izquierda aparece extendida. El suave movimiento de los plegados del hábito ayudan a enfatizar más el estado de éxtasis en el que se encuentra.

Foto E. Lacleta
 
           Frente a ella se figuró una mesa sobre la que se asienta un crucificado, un cilicio, una disciplina y un libro abierto en cuyas hojas se indica la identidad de la representada. Todos ellos, en definitiva, se refieren a la vida de oración y mortificación que vivió Santa Inés, ejemplo de camino de perfección que la presentan como un modelo a imitar por las clarisas.

            La obra fue restaurada en el año 2010 merced a una ayuda de la Obra Social de la Caja de Ahorros de la Inmaculada.